En muchos tomos de Memorias han sido recogidas las trayectorias del Ministerio de Hacienda y del Banco Central de Venezuela.
Allí está, en buena parte, el testimonio histórico del devenir financiero de nuestra nación.
Posiblemente en esas fuentes encontrarán datos de gran interés, los investigadores del Fondo Monetario Internacional, los
editores de CEDICE y los tesistas del IESA, cuando no encuentran suficiente data en los folletos de CEDICE.
Sin embargo, ni en esos tomos, ni consultando, tiempo ha, con una de las mayores autoridades en la materia, el Dr. Alfredo
Machado Gómez, quien en una ocasión fuera Presidente del BCV y a su vez era hijo de Don Alfredo Machado Hernández, otro
ilustre de su tiempo, ni con Rubén Nevado Vallenilla, por muchos años eficiente Secretario Ejecutivo del Consejo Bancario
Nacional, pudimos conocer el verdadero origen de las puyas, las lochas, los mediecitos y las ñapas.
Antes que los chupatintas comiencen con el escarnio público, permítasenos precisar que cuando hablamos acerca de su origen,
no es en referencia a fechas, decretos o etimología.
Puyas, lochas, mediecitos y ñapas, constituyeron la verdadera génesis de la absoluta perdición de la economía venezolana.
Para quienes lo ignoran, puya es el nombre popularmente dado a una moneda - oficialmente el centavo - cuyo valor era de 5
céntimos de bolívar; el valor de la locha, era de 12 céntimos y medio; y el valor de un mediecito era de 25 céntimos.
Aunque jamás ha sido nuestra costumbre incluir en ninguno de nuestros libros referencias detalladas que puedan aburrir al
lector más allá de cuanto nuestros engendros ya lo hacen, nos vemos en la obligación de precisar lo que la Real Academia define
acerca de centavo y céntimo.
Centavo: centésimo, dícese de cada una de las cien partes de un todo.
Céntimo: centésimo, cada una de las cien partes de un todo.
Lo primero que cabría preguntarse es ¿cómo puede un centavo, sinónimo e idéntico por definición del céntimo, contener cinco
céntimos? ¿Puede haber un mes - doceava parte del año - de 30 días y otra unidad de tiempo, idénticamente denominada mes,
en lugar de trimestre, con duración de noventa días?
Si los economistas, o banqueros, o constituyentes, u otros orates de la época, con la invención de la puya metieron así esa
pata, ni cuenta se darían de cuanto la metieron con la invención de sus otras genialidades: la locha y el mediecito.
El medio, conocido como mediecito, por su tamaño menor al de la puya o la locha, aunque de mayor valor, a pesar de lo que
sugiere su nombre, no era la mitad de la unidad monetaria, sino su cuarta parte. La mitad, cincuenta céntimos, era el real,
en tanto el medio valía 25 céntimos.
La locha si es una mitad, pero del mediecito, de manera que tiene un valor fraccional de 12 céntimos y medio.
Hasta aquí, puyas, lochas y mediecitos son un verdadero monumento al absurdo y a la insensatez, solamente explicables en el
cantinflérico lenguaje del extraordinario Mario Moreno.
Pero el problema es peor aún. Pensemos por un instante en términos de transacciones netamente monetarias, en efectivo, y no
en los términos actuales de transacciones financieras y bancarias, apoyadas en modernas tecnologías. Es decir, pensemos en
los términos de nuestras añejas y criollísimas pulperías, ilustres precursoras de Makro, CADA, Central Madeirense y Maxi´s.
Pensemos también en términos de una moneda de general aceptación internacional como el dólar y supongamos que existe una absoluta
paridad cambiaria, de manera que un bolívar equivale a un dólar.
Si en la economía regida por el dólar, un producto aumenta su precio en un centavo, es decir 1%, en Venezuela tendría obligatoriamente
que aumentar 5 veces más, porque cinco céntimos es el valor mínimo de nuestro supuesto centavo. Es decir, el comercio está
obligado, a subir un mínimo de 5%, o a perder el 1% aumentado, o a no devolver el 4% de diferencia, si en teoría tan sólo
aumentase ese 1%, ya que no hay forma “física” de dar ese vuelto (cambio).
Si el aumento es en relación a un bolívar, ya vemos que su monto mínimo posible, de un centavo, representa 5%. Pero si el
aumento ocurre en relación a un mediecito, lo mínimo es de 25 %.
Tomando esa referencia, muchos productos cuyo precio original hasta la década de los 60, era de 25 céntimos - un mediecito
-, pasaron a costar 50 céntimos - un real - y luego un bolívar, dos bolívares, cinco, diez, veinte, hasta llegar a 450 y 500
bolívares en el mismo lapso de tiempo en que el dólar pasaba de 4,30 a 700 bolívares por dólar.
Explícome. Mientras el dólar aumentaba en una proporción de 1 a 100, muchos productos lo hicieron de 1 a 1.000. Con el añadido
de dos componentes. En el lugar de origen de los componentes importados, esos productos no han variado de precio en el mismo
lapso de tiempo. Y nuestro componente de costos “mano de obra”, sólo aumentó, como máximo, de 1 a 100 en ese mismo
período.
Aunque imagino que los economistas sonreirán condescendientes con los alegres redondeos de los párrafos anteriores, no nos
cabe duda con respecto a que la falta inicial de fraccionamiento mínimo de la moneda, tuvo efectos dañinos en toda la evolución
de nuestro proceso económico.
Por lo pronto, acostumbró al comercio a realizar porcentajes de aumentos desmesurados y al público a aceptarlos. Nuestro limitado
entender en la materia, nos señala que la estabilidad en la economía es lo más sano. Y muy poco estable puede haber sido una
economía cuyos saltos mínimos eran de 5 %.
Imaginamos que como consecuencia de la deformación generada por las benditas moneditas, surgió “la ñapa”. Imaginamos
también que la ñapa era el tranquilizante de conciencia de los comerciantes que esquilmaban a sus clientes con cada aumento
de precios.
- Joseíto, andáte aque´Nicanor y decile que me mande 4 huevos, un cuartico de kilo de lagarto sin hueso, medio kilito de queso
blanco, ralladito, una ramita de compuesto, un frasquito e´huevos chimbos y una buena ñapita e´papelón. Y que me lo anote
pa´ cuando venga tu papá. Movéte pues muchacho´el carrizo, que es pa´hoy.
Nicanor, a pesar del saladillero calor de agosto, de muy buen humor le despacha cada uno de los “200” gramos del
cuarto de kilo de lagarto y “400” del medio kilo de queso, así como el resto del pedido y la consabida ñapa, con
muy buen cuidado de que lo más “chimbo” sean los precios a anotar en la factura pendiente de cobro.
Aunque con los precios cobrados por Nicanor, bien podía darle de ñapa un almuerzo en Mi Vaquita, al menos hacía el gesto
amable. Lo malo de todo el proceso “ñapero” era que anulaba el sentido de justicia y de equidad en las transacciones
comerciales y adormecía al comprador en su capacidad de reclamar.
Esos fueron los inicios de la total desprotección en la que se encuentra el consumidor venezolano. Después vendrían, sin problema
alguno, la disminución en las cantidades por envase y el esquema, vigente por muchos años, de absoluta especulación.
El complemento a lo anterior estuvo representado por la fijación de linderos. Las propiedades eran alinderadas en base a los
accidentes topográficos y peculiaridades de cada región. De manera que los documentos que cruzaban el Atlántico en busca de
aprobación de la Corona española, describían desde maticas de níspero hasta semovientes, incluyendo una gran variedad de
supercherías, como la cuevita donde paren las burras de Ño´ Pastor, la poza donde aúlla La Sayona en menguante y el cerrito
de las estacas en cruz.
Con semejantes elementos descriptivos, el catastro urbano y rural era verdaderamente catastrófico. Sin embargo, el ingenio
criollo encontró tres vías de lo más expeditas para resolver los litigios. La compra de funcionarios, la “corrida de
la cerca” y el pleito a machete, en cualquiera de sus variedades, bien fuese de manera frontal o la muy común emboscada,
con su consiguiente “puñalada trapera”;.
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